Y, sin embargo, la virtud importa
La lección de Maquiavelo es clara: el liderazgo efectivo requiere pragmatismo, no perfección moral. Pero es importante no confundir la crítica a la corrección política con el abandono de la virtud. Porque, así como las organizaciones no pueden estar lideradas por idealistas, tampoco deben estar en manos de especialistas sin capacidad de reflexión valórica.
El sofisma de la especialización
Vivimos obsesionados con la “expertise”. Creemos que todos los problemas son técnicos y que para cada desafío existe un especialista con un saber aprendido en alguna escuela. Si necesitas marketing, contratas a un experto en marketing. Si necesitas finanzas, buscas un CFO. Pero, si necesitas liderazgo... ¿Contratas a alguien con un MBA?
Hace 2.500 años, Sócrates identificó un problema que sigue intacto: el liderazgo implica decidir qué es mejor... y eso no se puede resolver técnicamente.
En palabras de Aristóteles: existe una diferencia fundamental entre saber técnico y saber práctico; entre saber cómo hacer algo y saber qué se debe hacer. Y, cuando se trata de lo segundo, los especialistas no bastan.
Una distinción fundamental
El saber técnico sigue un método y se puede enseñar. Puedes aprender análisis financiero, cadenas de suministro... Se trata de conocimientos que se dominan con estudio y ejercitación.
Pero cuando se trata de decidir qué tipo de organización queremos ser o cómo alinear stakeholders con intereses contradictorios, estamos en territorio diferente. Aquí no bastan las respuestas de los especialistas, no podemos basarnos en métodos o fórmulas, porque cada decisión involucra valores, interpretación y juicio.
¿Cuándo conviene acelerar el crecimiento y cuándo fortalecer la sostenibilidad? ¿Cómo compaginar las expectativas de los accionistas con el impacto social? ¿Cómo decidir si nos expandimos o nos consolidamos para capturar eficiencias?
Ninguna escuela de negocios tiene la respuesta "correcta". Son preguntas sobre qué es mejor, y responderlas implica proyectar un futuro deseable para la organización. En otras palabras, para tomar decisiones en estos campos se requieren “virtudes” que van más allá de cualquier expertise.
Virtud no es debilidad
Cuando hablamos de virtud, no nos referimos al ejecutivo "empático" que evita decisiones difíciles. La virtud socrática es la capacidad de discernir qué es realmente mejor para el conjunto, no solo para el OKR trimestral. Es, por ejemplo, la prudencia para leer situaciones complejas y la valentía para tomar decisiones necesarias.
El problema de la "piscina de tiburones"
Como observa un ejecutivo, “si entras a un directorio con demasiado propósito y desarrollo emocional, te comen en cinco minutos". Es así: las empresas a menudo marginan a quienes priorizan el bien común sobre el beneficio inmediato.
Pero las organizaciones que rechazan líderes reflexivos acaban siendo más vulnerables. Sin personas capaces de pensamiento estratégico genuino, las empresas se vuelven reaccionarias, cortoplacistas y frágiles.
Sigue valiendo hoy lo que Sócrates observó sobre Atenas: una comunidad llena de "expertos" ambiciosos pero carente de ciudadanos virtuosos es una comunidad en decadencia.
La síntesis necesaria
No se trata de elegir entre competencia técnica y virtud. Se trata de entender que la empresa requiere ambas, pero en niveles diferentes. La organización requiere especialistas en sus funciones específicas. Pero allí donde se definen direcciones, valores y prioridades estratégicas, necesita también personas con un juicio prudente sobre qué es mejor para el conjunto.
Esa capacidad se desarrolla con experiencia, autoconocimiento y compromiso genuino con algo más grande que el interés egoísta.
Liderar es un arte práctico que necesita integrar conocimiento técnico con reflexión estratégica y valórica. Y eso, nos guste o no, requiere virtud.
Por eso, a pesar de todo, la virtud sigue siendo relevante.
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