El concepto “kitsch” nació como jerga alemana para referirse a un tipo de arte barato y sentimental: el cuadro de los perros jugando póker, una canción que recicla acordes, una película que sigue un guion cursi para generar drama, etc. Es arte que sacrifica autenticidad por alcance masivo y usa temas comunes para llegar al mayor número de personas. En contraste con otros tipos de arte que toman riesgos y traen nuevas miradas.

Kundera en su libro “La insoportable levedad del ser” extendió esta idea más allá del arte. Para el autor, el kitsch humano es cuando nos convertimos en versiones idealizadas o personas clichés, negando y excluyendo todo aspecto desagradable de la existencia para generar conexión superficial con las masas. Por ejemplo, influencers con feeds de Instagram perfectos, políticos con respuestas preparadas para todo. Básicamente, se evita lo complejo para mostrar una versión idealizada.

A Friend in Need, 1903. Dogs Playing Poker, painting by Cassius Marcellus Coolidge, es un ejemplo común de kitsch moderno. 

🏙️️ A nivel corporativo, el kitsch también encuentra su espacio

El liderazgo kitsch se manifiesta cuando los gerentes evitan afrontar los “hechos crudos de la realidad” apelando a eslóganes o símbolos universales, para evitar juicios negativos o conversaciones difíciles. 

Por ejemplo, cuando algún gerente usa un eslogan vacío del tipo: “Somos una familia”, “Las personas son lo más importante”, “La innovación está en nuestro ADN”, crea un consenso artificial que silencia conversaciones incómodas sobre brechas de desempeño, compensación o estrategia. Pero llega aquel momento en que ya ningún eslogan funciona. Los problemas durables requieren conversaciones cruciales, y las conversaciones cruciales son, por definición, incómodas.

El líder kitsch, al igual que el kitsch artístico, muchas veces sin darse cuenta simplifica en exceso la realidad y se aferra a un positivismo superficial. Extrapola recetas fáciles, se obsesiona por su imagen y prefiere la comodidad de las ficciones agradables.

💉 Los antídotos al kitsch corporativo

Kundera propuso tres antídotos contra el kitsch que pueden inspirar a las personas en posiciones de liderazgo:

  • Individualidad. Nutrir y escuchar las voces divergentes. Muchas decisiones emergen de la tensión creativa, no del consenso inmediato.
  • Escepticismo. Institucionalizar espacios para cuestionar "las verdades" corporativas. 
  • Ironía. Cultivar la capacidad de reírse de tus propios dogmas, reglas y obsesiones como un antídoto contra el fundamentalismo corporativo.
La insoportable levedad del ser, 1984, Milan Kundera.

💡 Nuestra takeaway

El liderazgo kitsch es una patología de la gestión: la tendencia a preferir la apariencia agradable sobre la verdad incómoda, con riesgo de decisiones subóptimas y culturas poco sanas. Es como una forma de autoengaño colectivo

Al obviar lo complejo (o “la mierda”, como lo describe poéticamente Kundera), el kitsch elimina la ambigüedad y la contradicción, que son elementos constitutivos de lo humano. En términos heideggerianos, podríamos decir que el líder kitsch no está apropiado de su rol, sino que está haciendo una puesta en escena de lo que “uno debe hacer como gerente”. 

Si te descubres en una reunión que parece una TED Talk o si el reconocimiento al desempeño sobresaliente es como una fiesta de waffles de Severance, es muy probable que tu equipo esté operando en modo kitsch: evitando la conversación crucial para preservar el consenso aparente. Esa autocomplacencia corporativa es un riesgo de negocio.

Sebastián Balmaceda - Fernando Brierley 

Equipo Rebelius


Nota. La noción de kitsch en liderazgo forma parte de una tendencia mayor en estudios. En 2024, se publicó una obra colectiva titulada “Management Aesthetics: Kitsch and Modern Organisations", que explora cómo la cultura kitsch impregna prácticas organizativas contemporáneas.

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